miércoles, 19 de diciembre de 2007

El padre cojo y los padres cojos

Hace pocas semanas (estamos en otoño, estamos en el 2007) una juez de un pueblo de Barcelona ha retirado a un padre separado la custodia de sus hijos que, hasta ese momento, compartía con su ex mujer de la forma más natural y normal del mundo: la juez, ahora, ha entregado la custodia a la madre de forma exclusiva. El argumento que utiliza la señora juzgadora, para tomar tan grave resolución, no es que el padre sea un borracho ni que le dé al hachís en la misma habitación donde están los niños; no es que los maltrate o insulte; o que no tenga trabajo estable para poder alimentarlos y vestirlos adecuadamente; no es que haya habido quejas de alguien sobre algo. No. El principal argumento que esgrime su señoría es que este hombre es cojo. Juan Carlos Castañé tuvo la polio de pequeño y, a consecuencia de ello, le quedó una pierna renqueante que, en palabras de la propia juez, le supone «simplemente un problema de movilidad que no le afecta para trabajar» Sin embargo, la impartidora de justicia entrega los hijos a la madre arrancándoselos a Castañé. Sin duda, Salomón ruge en su tumba. A lo largo de su vida, Castañé ha demostrado un admirable espíritu de superación que le ha llevado a luchar con hombría por los derechos de los minusválidos y a participar como nadador en los Juegos Paralímpicos donde obtuvo para España seis medallas y un récord del mundo, según leemos en los periódicos. Tiene un trabajo estable y, durante casi dos años, ha demostrado ser capaz de hacerse cargo de sus hijos sin problema alguno: porque, en este caso, no es que su señoría se niegue a conceder al padre la custodia compartida de los hijos, sino que, estando ya ejerciéndola, va su señoría y se la quita, puesto que, sentencia la juez, su minusvalía «debe sentirse en la ya de por sí difícil tarea de cuidar a dos niños de esas edades» (cuatro y ocho años). Nosotros nos preguntamos: ¿quién es un juez para arrancarle los hijos a un padre?, ¿quién es un juez para arrancarle un padre a sus hijos?, ¿qué leyes son éstas que otorgan a personas como usted, amable lector, o como yo, el poder cuasi divino de decidir sobre vidas y haciendas ajenas? La cuestión de los jueces es un debate pendiente, latente y urgente que tiene la sociedad: ¿debemos conceder ese poder cuasi omnímodo y, a veces, prepotente, y márgenes tan anchos para aplicar las normas a determinadas personas por el hecho de que sean capaces de meterse en la cabeza, durante muchos años, no sé cuántos cientos o miles de folios con textos aburridísimos? Pero, ahora, estamos en otro asunto: si en vez de una juez que arrebata los hijos a su padre porque es cojo, tuviéramos un juez que le quita los hijos a una madre porque es coja, entonces, andarían echando humo las cuatro esquinas del país; tendríamos a varias gobernantas y a varias altas cargas, con los pelos airados, atizando hogueras mediáticas; a miles de mujeres vocingleando y rasgándose las vestiduras a las puertas de los juzgados, de los ayuntamientos y de los ministerios, pidiendo la cabeza del juzgador; y, finalmente, tendríamos a las feministas clamando contra jueces tan machistas y contra los hombres en general, todos asesinos potenciales.
Pero, ¿amigo mío!, no tenemos una madre coja, sino un padre cojo y, entonces, todo cambia. Hoy, en España, a los hombres separados de sus mujeres se les puede, impunemente, expoliar, hurtarles los hijos, expulsarles de sus casas, embargarles casi medio sueldo, quitarles el coche y arrojarles a los brazos de la depresión y de la pobreza y todos a tragar y a callar. Una vez más, el caso Castañé nos demuestra la necesidad de que broten organizaciones hombristas que defiendan los derechos conculcados de los hombres frente a las cada vez más influyentes y ventajistas organizaciones ultrafeministas que tanto ascendiente tienen sobre el actual gobierno del PSOE. Castañé es cojo. Pero la justicia cojea, cojitranquea y renquea en bastantes más ocasiones de las que serían deseables. Esta juez nos recuerda a los espartanos arrojando a Castañé por la roca Tarpeya de la soledad, de la tristeza y del expolio sentimental y humano de lo mejor que puede tener un hombre: sus hijos. «Esta situación la sufren muchos padres divorciados que pierden la custodia de sus hijos sin justificación real y deben aceptarlo con total impotencia», ha declarado Castañé. Sobre ser cojo, a este padre le han amputado el amor paternal; le ha amputado, porque sí, la 'justicia', su derecho a cuidar, educar y querer a sus propios hijos. Así, cada día, en España, unas leyes obsoletas que no se modifican por las presiones interesadas, y con interés, de las ultrafeministas también dejan cojos a miles de hombres: cojos del afecto y del cariño de sus hijos; cojos en su ejercicio como padres; cojos en su orgullo germinal y originario de varón sin cuyo semen no habría madres que valieran, ni hijos que les hurtara juez alguno. Cojos. Todos, padres cojos. Como Castañé. http://www.ideal.es/almeria/prensa/20071219/opinion/padre-cojo-padres-cojos-20071219.html

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