LAS POLÍTICAS que tratan de erradicar las desigualdades por razón de sexo son una necesidad clara. Hay que terminar con las actitudes machistas, con las injusticias salariales, los despidos sexuales, los acosos, los malos tratos o la anticuada mayoría masculina en los puestos de poder. El debate no está en la legítima y necesaria lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, el debate está en la reciprocidad de sus consecuencias. La igualdad debe ser plena y, por lo tanto, de ida y vuelta, para hombres y mujeres, para mujeres y hombres.
En España, uno de los principales retos del nuevo Ministerio de Igualdad, si realmente coinciden nombre y objetivo, debería ser terminar con una estadística (no oficial, pero muy aproximada a la realidad según diversas fuentes) que destroza cualquier atisbo de "egalité": tras las separaciones o divorcios, más del 93% de las custodias de los hijos se otorgan a las madres. Los padres, o sea los hombres, asumen la custodia sólo en un 4% de los casos. Apenas un 3% son custodias compartidas. Si el reto es propiciar un cambio de roles e incorporar a la mujer al mundo social y laboral de forma plena, ¿por qué los jueces siguen considerando, mayoritariamente, que los hijos están mejor sólo con su madre?
Evidentemente, habrá muchísimos padres que no quieran asumir la custodia de sus hijos, pero también habrá muchos que podrían y querrían recibir esa responsabilidad, negada sistemáticamente en un país que presume de tener la proa orientada a la igualdad. El rumbo está claro, pero en este asunto, la reciprocidad va de popa. La solución más justa, pero más compleja, es la custodia compartida. Una vía que requiere organización, respeto mutuo y diálogo, tres condiciones que, difícilmente, se producen en muchas separaciones o divorcios. Ahí está el reto: cómo evitar custodias excluyentes sin crear situaciones críticas.
La igualdad plena es incompatible con la custodia materna por defecto, pero también con muchas pensiones compensatorias, que igualan a la mujer a una especie de apéndice del hombre incapaz de rehacer su vida tras el matrimonio. Igualdad plena es renunciar también a recibir, siempre en el mismo lote que los hijos, el domicilio conyugal. Igualdad plena es incompatible también con dependencia económica del ex marido. Igualdad plena es, a fin de cuentas, aceptar que hay que romper todos los moldes sexistas del pasado, no sólo los que benefician a una parte.
*Redactor de EL DÍA
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