Carmen Oteo.- SOY partidaria de la "custodia compartida" siempre que se den las circunstancias para ello. Es la manera de evitar que los niños pierdan su derecho a crecer con su madre y con su padre cuando estos se divorcian y posibilita que ambos progenitores sean corresponsables en la educación del menor.
Los contrarios a este sistema, el más beneficioso para el menor y el más igualitario para los
progenitores, esgrimen que los niños quedan esclavizados a una maleta y sometidos a una continua mudanza. Esconden tras ese argumento que la "custodia compartida" evita la atribución sistemática de la vivienda familiar al progenitor custodio y determina la manera de fijar la pensión alimenticia.
El verdadero condicionante de la "custodia compartida" es que precisa entre los padres un mínimo de generosidad, de entendimiento y respeto, de proximidad en los domicilios, circunstancias todas ellas que una sentencia no puede imponer y sin cuya concurrencia es imposible que funcione.
Alguien dirá que pienso así porque no soy madre. Puede ser. Un diablo me ha puesto delante de casa una parada de autobús escolar, para que disfrute y anhele a los niños de los demás. Me paso el curso viendo muy de mañana a los niños recién peinados con colonia, revoloteando por la plaza, con sus maletas, sus padres, sus repasos acelerados a los deberes, sus peleas, su algarabía, sus vidas intactas.
Ningún padre de los que me saluda y mira su reloj porque se le hace tarde y el autobús no llega,
sabe cuánto le envidio. Algunos niños sí que parecen sospechar algo por cómo me sonríen.
Me digo que si tuviera niños sería imbatible al desaliento y por ellos tendría la ambición que me
falta. Si, por ellos sería capaz de disimular mis vértigos y mis contrariedades y me harían fuerte sin saberlo.
Me imagino que una Sentencia judicial pudiera privarme de ese hijo que no tengo o privarle a él de su padre y siento pánico.
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