
Tras la ruptura matrimonial los niños se ven obligados a pasar por cambios que no desean ni eligen, y, por su parte, los padres se enfrentan al temor de perder el control sobre la formación de sus hijos o a que en algún momento el otro padre cambie las condiciones y el acceso al niño sea restringido.
Garantizar el bienestar emocional de los hijos es, sin duda, el desafío más grande que tienen los padres. Es necesario reflexionar sobre tres aspectos fundamentales que hay que evitar a toda costa: no dejar al niño en una situación de abandono, poniendo en riesgo su seguridad física y emocional; evitar la sobreprotección, pues esta impide construir la autonomía e independencia necesarias para desempeñarse en la vida y caer en el denominado Síndrome de alienación parental, una manera sutil o abierta de utilizar al niño como un arma emocional en contra del otro.
La ausencia, la agresión, la indiferencia o la desatención de uno de los padres afecta a los niños. Les produce dolor emocional, intranquilidad y confusión y los llevan a actuar a menudo de manera inadecuada. Ambos padres, independientemente del tipo de arreglo de convivencia al que lleguen, deben gozar de la autoridad y el respeto necesarios para seguir guiando a sus hijos.
Los tiempos que se comparten con el niño son una manera de establecer una relación basada en el afecto, la autoridad y la presencia activa en la crianza, para atender sus necesidades, darles buen ejemplo, disfrutar con su presencia y compartir sus alegrías y angustias.
Un acuerdo responsable que vaya más allá de la aplicación de las normas legales es la mejor opción para plantear las condiciones de la vida familiar después del divorcio y para hacer un aporte valioso como padres, en la vida de los hijos.
MARÍA ELENA LÓPEZ JORDÁN.- PSICÓLOGA DE FAMILIA