Tras la separación, compré piso cerca de mi hija. Su hipoteca, el 50% de mi nómina (no debí pagar también hipoteca familiar, como les pasa a otros). La pensión a favor de mi hija, la tercera parte de lo que gano ahora. Si el sacrificio es bueno, prefiero preguntarlo a mi hija, no a Luisa Castro, por dos razones: esa opinión me interesa más y Castro, a su vez, me preguntaría "¿Desde cuándo los hijos necesitan al padre y a la madre a partes iguales?". De eso es su artículo, de números, no de afecto. Al entrar al trapo que nos tiende, mediremos cuánto necesita el niño a los padres: al 50% o al 99% a uno y el 1% al otro (para pagar). Y cuantificaremos lo que da de sí la pensión de alimentos del padre, ignorando además quién se queda con el domicilio.
Pero, sobre todo, no preguntaremos a los varones qué prefieren: compartir gastos y cuidados o pagar mucho más, que es lo que Castro desea, a cambio de que nuestros hijos se queden sin padre. La custodia compartida, dice Castro, no debe ser impuesta. La monoparental sí; a favor de la madre, naturalmente. Ante ese alegato, no entiendo por qué nos asusta con el pater familias romano, árabe o protocristiano, pues, haciendo números, la situación del padre separado es hoy, más bien, para comer en Cáritas, lo que ya ocurre.
FRANCISCO RUBIO MARTÍNEZ - Alicante -
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