viernes, 31 de octubre de 2008

Sobre los jueces

Es difícil impartir justicia, ser juez, porque exige de la persona no solo conocimientos técnicos sino que además disponga de una buena dotación de virtudes. Por ejemplo y claramente, la de la prudencia, el evitar el escándalo, el no incurrir en la porfía, es decir, aquel vicio que comporta la disputa con el otro mediante la palabra. No todos los jueces cumplen con estas exigencias. Y esto es preocupante, porque sin ellas la justicia queda tocada. Véase sino el ejemplo del presidente del Tribunal Superior de Justicia de Murcia, Juan Martínez Moya, que se ha retirado del enjuiciamiento contra otro juez, Ferrín Calamita, al que acusa de prevaricación por presuntas dificultades injustificadas en la adopción de una niña por una pareja de lesbianas.
El juez instructor del caso advirtió de la inexistencia de delito y, a pesar de ello, el presidente del Tribunal Superior de aquella comunidad autónoma persistió en su actitud hasta ahvora, que se ha retirado del caso. El juez Martínez Moya llegó a afirmar, refiriéndose a Ferrín, que “un católico no puede estar en un juzgado de familia”. Es evidente que con estos prejuicios esta persona difícilmente puede ejercer la justicia, no solo en este caso, sino en general, con la ecuanimidad necesaria, porque según quien tenga delante y cuál sea el caso que juzgue obrará motivado por su militancia ideológica.

La conocida juez –conocida por sus manifestaciones polémicas- Montserrat Comas, miembro del Consejo General del Poder Judicial, que ahora termina su mandato, afirmaba en unas recientes declaraciones que ella se considera feminista y progresista, porque la independencia de un juez no significa que tenga que estar aislado en un cubo de cristal, separado de lo que juzga. No se si la teoría de la justicia soportaría bien este discurso. No se trata de estar aislado, pero sí de no ser parte de aquello que se juzga. Esto nos parece que es una evidencia, precisamente de aquella circunstancia surge en muchos casos concretos la recusación del juez porque ha sido parte en el asunto. La propia separación entre el juez que instruye la causa y el que juzga existe precisamente para aportar garantías en este sentido. Si una juez milita en una ideología política como es el feminismo y hace ostentación de estas militancias y las levanta como bandera, ¿qué puede esperar en determinados temas quien deba ser juzgado por ella?: que el hombre siempre tenderá a ser culpable y la mujer tenderá siempre a ser exonerada, porque el feminismo es una ideología en la variante –esto hay que subrayarlo porque de feminismos hay de distintos tipos- que practica la juez Comas, basada en la existencia de causas estructurales que discriminan y oprimen a la mujer, lo que legitima determinados comportamientos que resultan inaceptables en el hombre.

¿Qué sucedería si un juez hubiera afirmado que es católico y conservador porque no debe estar encerrado en un cubo de cristal, etc. etc?. Automáticamente se levantarían voces afirmando que tal persona debe renunciar a la magistratura. Nosotros no decimos tanto, pensamos que las personas y sus ideas merecen respeto y un margen que solo se verifica en su actuación, pero sí señalamos y advertimos que esta politización de la justicia española es un cáncer que la está corroyendo y puede acabar por destruirla. En definitiva, los jueces tendrían que decidir en conciencia si se consideran instrumentos al servicio de una causa ideológica y doctrinaria, o personas que anteponen el cumplimiento de la ley y reúnen las virtudes para que tal afán pueda ser llevado a la práctica.

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